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LA NUEVA MEDICINA DEL DOCTOR HAMER





conferencia doctor moriano parte 1
conferencia doctor moriano parte 2
conferencia doctor moriano parte 3
conferencia doctor moriano parte 4

entrevista dr. hamer tv2 1995 1ª parte "GANARLE LA PARTIDA AL CANCER"
http://video.google.es/videoplay?docid=-1521978235347176166&hl=ca#
entrevista dr. hamer tv2 1995 2ª parte "EL ORIGEN DEL MAL"
http://video.google.es/videoplay?docid=-4544090866377476126&hl=ca#




La génesis del cáncer


Qué es el cáncer: notas históricas


Por el Dr. Ryke Geerd Hamer



El cáncer es tan viejo como el cerebro humano y el animal. Si las plantas tuvieran un cerebro, ¿podrían también entonces ser capaces de provocar cánceres? Aún no puedo responder a esta pregunta.



Lo que es seguro es que el cerebro del hombre y del animal está construido como un gran ordenador y que transmite códigos a las células del cuerpo, estando cada una de éstas prácticamente ligada a un área cerebral específica. Pero estas áreas cerebrales pueden ser objetos de una ruptura de campo, de un cortocircuito, que desarregla el ordenador cerebral. Las células que corresponden al cuerpo reciben codificaciones erróneas y proliferan de manera anárquica: degeneran en células cancerosas. No se puede provocar el cáncer de manera artificial en una parte del cuerpo que haya sido separada del cerebro. ¿Nos hemos preguntado el por qué? Esa es la primera de las tres preguntitas que tengo por costumbre hacer a mis amigos cancerólogos.



Hace tiempo, los tumores eran rarísimos. A mitad del siglo pasado, la edad media de nuestros antepasados no iba más allá de los 30 a 35 años. También hoy en día es la edad en la que se encuentran menos cánceres. A parte de los cánceres genitales, engendrados por conflictos cuya intensidad disminuye con la sexualidad, la frecuencia de la mayoría de los cánceres aumenta con la edad. Como consecuencia, se observan menos cánceres cuando los hombres mueren más jóvenes.





El aumento de frecuencia del diagnóstico “cáncer” se explica también por el perfeccionamiento de los métodos para detectarlo. Hace 20, 30 años, sólo se diagnosticaban los cánceres bastante grandes o los que provocaban síntomas clínicos alarmantes, tales como hemorragias, fuertes toses, oclusiones intestinales, etc.



Pero si una persona mayor llegaba a morir de cáncer, se decía que había muerto por el peso de los años. No había posibilidades de hacer una autopsia.



Sin embargo, hoy en día, es cada vez más frecuente que un médico diagnostique cáncer donde lo que hay son pequeños tumores desactivados desde hace mucho tiempo y que sólo pueden descubrirse con la ayuda de un escáner o de los rayos X: hace tiempo que han dejado de producir molestias, por lo que en otros tiempos jamás se hubiera diagnosticado cáncer, mientras que hoy en día, estas pequeñas bolas inofensivas desencadenan una enorme maquinaria, que generalmente no para hasta que el enfermo, recortado sucesivamente como un chorizo, ha sido sometido a terapia hasta la muerte.



En otras palabras, el cáncer sólo ha tomado las dimensiones de una gran epidemia en el momento en el que la esperanza de vida ha aumentado en los países civilizados; la frecuencia global del cáncer está progresando rápidamente, mientras que la estadística nos demuestra que la frecuencia a la misma edad es sensiblemente igual hoy en día que en la época de nuestros abuelos, por supuesto con la condición de no comparar más que los cánceres cuyos diagnósticos se han establecido a través de síntomas clínicos incontestables...



(Aquí hago un paréntesis para explicaros que el Dr. Hamer ha revolucionado la medicina occidental al encontrar la “prueba”

-ese tocar para creer que necesitamos algunos occidentales-

de la íntima conexión entre mente-cerebro-cuerpo. Básicamente, para empezar, diremos que este genio plantea –y demuestra con 40.000 casos estudiados- una Nueva Medicina, que enlaza con el saber de los primeros médicos de la Historia, porque considera al ser humano en su conjunto y no sólo como una suma de partes que se puedan estudiar y tratar por separado. Este genio es un ser humano que, a raíz de la muerte dramática de un hijo suyo, sufrió un cáncer y vio morir a su mujer de otro. Desde entonces, ha dedicado su vida –tiene 73 años- a demostrar la relación entre los conflictos biológicos y el cáncer y todas las enfermedades –excepto los traumatismos, los envenenamientos y las que nacemos con ellas-. Pero seguid, si os apasiona como a mí entraréis en un concepto del mundo diferente, otra realidad, casi como un mundo mágico, pero también ¡tan lógico...!)



... Desde siempre los médicos se han preguntado sobre la naturaleza de los tumores que descubrían en el cuerpo por aquí y por allá. No es cuestión aquí de hacer una exposición histórico-médica. Casi siempre se le ha buscado al cáncer una causa local, esforzándose siempre en encontrar una explicación; por ejemplo, un desarreglo de los humores, mientras que otros, sospechando causas mágicas, veían la obra de espíritus malignos. Cuando se piensa que hace tiempo estaban mucho menos informados sobre el cerebro, esas interpretaciones no eran tan erróneas, a pesar de que en el plan terapéutico tuvieron naturalmente efectos catastróficos, comparables por ejemplo, a los desastres que causan hoy la quimioterapia y la radioterapia. Pero ya se discutía en esos tiempos sobre las posibles correlaciones entre el cáncer y el siquismo. Así, hace 200 años, un médico inglés decía estar convencido de que el cáncer de pecho podía ser el resultado de sufrimientos síquicos.



La medicina moderna, que pretende ser científica, de nuevo ha cometido el error de buscar una explicación local al cáncer. Para seguir mejor el crecimiento del cáncer se ha dotado de microscopios cada vez más poderosos y precisos. Pero lo más grave han sido los dogmas que se han proclamado y que el dudarlos supone hoy en día todavía una excomunión inmediata.



El primero de estos dogmas sostenía que al cáncer le hacen falta decenas de años para crecer, porque se desarrolla siempre a partir de una sola célula “transformada”. Cuando más adelante se vio que la mayoría de los cánceres son tumores mixtos, que no presentan una formación histológica –de tejido- ni estructura homogénea, el dogma se había anclado ya tan sólidamente en las mentes, que ya no había manera de desactivarlo.



Incluso cuando más adelante se rechazó este dogma demostrando que por ejemplo, en el cuello del útero, había de manera general una aparición de islotes cancerosos rodeados por todas partes de tejido sano, lo que contradecía de manera absoluta la tesis de la génesis unicelular, el dogmatismo de los cancerólogos no consiguió ser desmontado.



Para consolidar sus certezas, emitieron la hipótesis de que los islotes cancerosos se propagan a toda velocidad por el organismo por vía sanguínea. Este dogma de la transmisión por la sangre es indispensable para los cancerólogos para fundar la existencia de las pretendidas metástasis, albergues de células cancerosas desarrollándose a distancia de un cáncer preexistente, llamado primitivo. Por tanto, con el tiempo que hace que los cancerólogos apuntan hacia estas células-hijas dirigidas vía sanguínea, ¿cómo es que jamás las han descubierto en el flujo sanguíneo? (excepto en el postoperatorio). Es la segunda de mis tres preguntitas que mis amigos cancerólogos dejan sin respuesta...



(Al parecer, hace años que, con técnicas supermodernas, científicos japoneses intentan localizar células cancerosas viajando por la sangre, pero hasta el momento no hay ninguna prueba de que existan metástasis)



Esta noción de metástasis, que no existe, se ha anclado de tal manera en las mentes, que se llega incluso a hablar de metástasis generalizadas, lo que es una manera de decir al paciente que no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir.



Siendo que el dogma de la inseminación hematógena (transmisión por la sangre) es irrefutable, irrevocable y perentorio, como todos los dogmas, no hay más remedio que inventar dogmas complementarios para que sea concebible y plausible esta hipótesis. Resulta que las células malignas, a lo largo de su migración por vía sanguínea –que nunca jamás ha observado nadie-, sufren una mutación ¡facultativa!...



(Como dice el Dr. Moriano, es como decir que ésa célula maligna, que estaba loca, viaja por la sangre -¡nadie la ha visto jamás!- y, de golpe, se vuelve superinteligente, ya sabe a qué tejido va y se transforma...)



...Sólo con esta nueva hipótesis se puede mantener la teoría de las metástasis, pues sin ésta mutación, ¿cómo se explica que una célula de un tejido determinado del cuerpo se transforme en una célula de otro tejido distinto?; ¿o que una célula que hacía tumores en el pulmón se vaya a los huesos y se dedique a hacer agujeros –metástasis ósea-? Ésa es mi tercera preguntita.



Otro dogma: el cáncer es un proceso que va consumiendo, un parásito al que hay que extirpar de raíz, cauterizar y envenenar, como si se tratara de un exorcismo medieval. Un contrasentido: el cáncer es totalmente inofensivo, por lo menos en lo que se refiere al tumor, ya que no produce molestia mecánica. En efecto, al estar constituido por las mismas células que su anfitrión, no toca para nada al sistema inmunitario. Esto se observa a partir del hecho de que tumores inactivados y enquistados viven en el cuerpo muy pacíficamente durante decenios, sin alterar en lo más mínimo al sistema inmunitario. La explicación es muy simple: el cáncer es una reacción excesiva (mórbida) del cerebro (ruptura de campo), intentando resolver un conflicto. El sistema de codificación del organismo entero está excesivamente afectado, de manera suicidaria, a una “simpaticotonía” permanente. O bien el organismo acaba con el adversario, o éste termina con él: es un tipo de selección biológica.



La solución es tan simple como coherente: se ayuda al organismo a desembarazarse del conflicto. Y resulta que el cerebro conecta de nuevo al organismo con la vagotonía y empieza a restablecerse como es debido. Se derrocha enormes cantidades de dinero en vano para descubrir las presumibles correlaciones entre los valores de laboratorio, los parámetros del sistema inmunitario y la enfermedad cancerosa: una pena. La solución más simple no se le ha ocurrido a nadie: que pueda el alma provocar la génesis del cáncer y que sea también capaz de pararlo de nuevo, que la enfermedad propiamente dicha sea pura y simplemente, pero con toda evidencia, una avería de enervación, ni más ni menos. Precisamente, el cáncer es un estado de simpaticotonía permanente, una incapacidad del organismo de invertir el sistema de enervación, de conectar con la vagotonía. El paciente termina por morir de “caquexia”, de agotamiento total, porque desde hace meses sólo vive en estado de stress, no llega a dormir, no tiene apetito, no digiere, pierde peso. El conjunto del metabolismo se ha bloqueado por el hecho de que el organismo está totalmente ocupado en ser el vencedor del conflicto. Cuanto más tiempo dedica a su adversario, más se arruina. Es así de simple.



Debido al hecho que en estos últimos tiempos se descubren cada vez más cánceres que según el nuevo sistema de la Ley de Hierro del Cáncer –es la primera de las 5 Leyes Biológicas de la Nueva Medicina- deben ser considerados como viejos carcinomas dormidos o inactivados, pero que aparentemente no encajan con ninguno de los sistemas hasta ahora en vigor, se ha terminado por no encontrar la menor huella de sistematología en el conjunto de la cancerología. Además, el sólo hecho de bautizar como cancerología a este conjunto disparatado y confuso como si se tratara de una ciencia sistemática, demuestra arrogancia. A fuerza de multiplicar las hipótesis científicas o semicientíficas, simplemente se ha olvidado al alma, al siquismo. Si se le niega al alma el carácter científico es porque no aparece medible ni ponderable. Pero desde que hemos encontrado los Focos de Hamer-mediante escáners cerebrales sin contraste-, también el alma se ha hecho fotografiable, o al menos, sus conflictos.



A partir de mi experiencia personal y de la de cientos de pacientes de los que me he ocupado como Jefe de Servicio de Medicina Interna en muchas clínicas universitarias alemanas, he podido establecer que todo cáncer empieza por un shock síquico brutal, un conflicto dramático que te pilla a contrapié, vivido en aislamiento, y he dado a ese conflicto virulento inicial el nombre de Síndrome Dirk Hamer, el nombre de mi hijo Dirk, cuya muerte trágica fue el origen de mi propio cáncer. Los cientos y millares de casos examinados desde entonces me han llevado a formular lo que he llamado La Ley de Hierro porque jamás ha sido contradicha y siempre se ha verificado en cada uno de los millares de casos de cáncer que he seguido es estos últimos años.



(Seguiremos difundiendo a Hamer. Hay una página en Internet: buscad “Nueva Medicina Hamer”. Os sorprenderá. Yo soy todavía un ignorante, estoy aprendiendo la Nueva Medicina. Pero ya me atrevo a daros un consejo: si un médico os asusta, preguntadle si conoce al Dr. Hamer y decidle que se acabó la Medicina del Pánico. Id a ver una película de risa.)