¿HABLAMOS DE LA TIERRA?
Cuando empezó eso que llamamos
“progreso”,
todo lo que estaba ligado a la tierra
se devaluó.
Empezamos a hablar de los payeses,
despectivamente,
como “gente de pueblo”, “palurdos”,...
No obstante, de la tierra nos viene la vida,
la energía para tirar adelante.
Recuerdo haber leído que España,
hacia 1930, antes de la guerra,
exportaba “x” toneladas de trigo
y “x” toneladas de vino,
como indicador del nivel económico
del país. Cosas básicas, el pan y el vino.
En los tiempos que corren,
un país que sea primordialmente agrícola
se considera un país “subdesarrollado”.
¿Tal vez la alimentación
no es tan importante como antes?
¿O hemos dado valor
a cosas que no tienen ninguno
y, en cambio,
lo más importante lo hemos dejado como
“trabajo de esclavos”?
Hay que reconocer que nos han lavado
muy bien el cerebro.
Y es muy cómodo creérselo.
Yo me lo creía hasta hace pocos años.
Una experiencia interesante
Hay cosas que no se aprenden en los libros
sino en la vida.
Cuando tenía unos 30 años,
y después de trabajar de oficinista,
de pinche de cocina, en Barcelona,
y recogiendo tomates, melocotones,
albaricoques, uva,...
en Francia, como emigrante ilegal,
empecé a ganarme la vida
como vendedor ambulante.
Esta actividad me permitió
el sueño de mi vida:
irme a vivir al campo.
No quería una torre para fines de semana.
Quería ser agricultor
En la comarca de la Selva alquilé
una masía donde se podía
llegar a vivir de la agricultura:
tierra buena, agua abundante, soleada...
Casi lo conseguí,
a pesar de las dificultades.
Vivía de la tierra (no compraba verdura)
y de 4 mercados al mes vendiendo hilos
(los alquileres no eran entonces tan caros).
Era feliz, a pesar de las dificultades,
que no eran pocas.
Una era la especulación de la tierra.
Una sociedad anónima ligada al Opus
había comprado la finca vecina
e iban tras la mía.
No os aburriré con los pormenores
de una lucha que duró más de 6 años,
los que aguanté
con la ayuda de mis padres, los amigos
y demasiada fe en el Justicia.
Sólo os diré que,
en aquel lugar perdido y aislado,
aprendí un poquito
cómo funciona el mundo,
el poder de las mafias y sus influencias,
en la Administración, en la Justicia,...
en todos lados.
Aprendí que en los años 80
el Gobierno había cambiado la
Ley de Arrendamientos Rústicos
de tal manera que se habían acabado,
en la práctica, los alquileres indefinidos.
La nueva ley dio privilegios
a las sociedades anónimas “agrícolas”,
que tenían suficiente con decirme:
“necesitamos trabajar sus tierras”
y pagar un tractor para que las trabajara;
aunque luego, en lugar de sembrar,
las aprovecharan para enterrar residuos
o dinero negro.
Fui muy feliz, a pesar de todo,
Porque tenía un ideal, un sueño.
Había leído una frase de los ecologistas,
“piensa global, actúa local”
y me parecía que lo mismo era luchar
por la Amazonía
que por un trozo de nuestra amada tierra.
Los depredadores son los mismos.
Más amargo fue el paso
de tener un pequeño huerto
-como he tenido siempre desde entonces,
la tierra es muy agradecida
cuando es para uno mismo-
a intentar vivir de la tierra,
en este mundo injusto.
Era muy feliz trabajando en el huerto,
Hasta que llegaba la hora de recoger
Para vender.
Entonces sí me amargaba,
Cuando calculaba el precio que podía pedir
y me daba cuenta que no conseguía rendir
más que por 50 pesetas la hora.
No cabía en mi cabeza que,
trabajando más que nunca en mi vida,
no consiguiera vivir como agricultor.
Entonces pensaba: está claro, soy nacido en la ciudad y nunca aprenderé bastante.
Pero entonces no es cosa de “palurdos”.
¿En qué quedamos? ¿Qué pasa aquí?
* * *
Pasa que a ALGUNOS les interesa
que la agricultura no se valore.
Pasa que los niños de la ciudad
no saben de dónde viene la verdura.
Pasa que CASI TODOS damos por hecho que alguien nos dará de comer
-sin consultar a los agricultores-.
Tanto los vendedores como los oficinistas,
como los mecánicos y los maestros,
los empleados de Banca y los violinistas,
los capitalistas y muchos socialistas
y la mayoría de revolucionarios,
CASI TODOS DAMOS POR SENTADO
que necesitamos,
o aquí o en algún lugar remoto del mundo,
a una o varias personas
-no diremos criados y menos esclavos,
para no molestar a nuestra conciencia-
que se agache a la tierra,
de sol a sol,
por un plato de lentejas.
¡Y seguiremos quejándonos
del precio de las verduras!
* * *
Quizá tenemos que ir más lejos.
Quizá los árboles no nos dejan
ver el bosque.
Quizá no era tan malo
Mao Tsé Tung, en China,
cuando obligaba a los universitarios
a pasar un año de su vida
como agricultores.
Me imagino un mundo nuevo
utópico, que no imposible,
donde no se diera nada por sentado.
Donde la primera cuestión del día
en la primera Asamblea General
fuera una pregunta a todo el mundo:
“¿Alguien está dispuesto
a trabajar la tierra para otro?”
Sueño que no se levanta ninguna mano.
Sueño que todos volvemos
a ganarnos las patatas
con el sudor de nuestras manos
-y, tal vez, tractores colectivos-
y que a NADIE le queda tiempo
para tejer telarañas
alrededor de los seres humanos.
Un mundo libre donde, por supuesto,
si mi vecino sabe hacer unos zapatos
buenos, bonitos, prácticos y duraderos,
ya nos entenderemos.
Y seguro que encontraré tiempo
para poder “pagarle”
con comida o con ayuda.
Y el “precio” será justo de verdad;
porque será un intercambio voluntario, nunca forzado.
Donde si alguien no puede físicamente
trabajar la tierra,
la colectividad trabaje para él.
Un mundo diferente,
donde los niños aprendan desde bebés
el valor de los frutos de la Tierra
y su importancia para la salud.
Dice un poema –chino, me parece-:
“Si quieres ser feliz un día, embriágate;
si quieres se feliz un año, cásate;
si quieres ser feliz toda la vida,
hazte agricultor.”
Junio del 2005
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